martes, 24 de mayo de 2011

UNA NIÑA OBLIGADA A REINAR (1ª PARTE).

Acercarse a la figura de Isabel II es un trabajo complicado. Hay que coger el machete y quitar toda la maleza que en modo de inventos morbosos revisten su vida. Ojo, la reina no era precisamente de costumbres ordenadas, pero tampoco como algunos la han querido presentar. Antes de nada, sí, Isabel II tenía una vida alterada, no prestaba atención a su instrucción, era vaga, despistada y con escasa inteligencia política. Todos esos defectos y alguno más. Pero también tenía virtudes. Era campechana ¿les suena? Amaba al pueblo por encima de todo, cercana y amante de la fiesta, conciliadora y de buena voluntad, era una buena persona en definitiva. Pero esa personalidad se presentaba a todas luces poco adecuada para pilotar el país en unos años delicadísimos. Pero todo tiene unas causas.

Su padre –Fernando VII- del que en este necesario blog ya se ha hecho mención, murió joven, no sin antes liarla parda a través de la Pragmática que propició unas cuantas guerras y la subida al trono de Isabel- o mejor dicho de Maria Cristina – su madre como regente. Más adelante el general Espartero ofició también como regente pero esas etapas estuvieron marcadas por la inestabilidad que a buen seguro merecerán unos artículos en el futuro. El caso es que la situación llegó a tal punto que la única solución que se encontró fue nombrar a Isabel mayor de edad y que accediera al trono. Tenía trece años y nuestro querido país arrojaba al ruedo político a una niña.

Una niña que como decíamos antes creció sin padre y casi sin madre. Y es que su mamá Maria Cristina no la quería, enviudó y al poco tiempo se casó “en secreto” con Fernando Muñoz, padre de sus dos siguientes hijos, y a partir de ese momento se dedicó a intentar darles la mejor educación posible. La pequeña Isabelita nunca obtuvo el cariño ni el amor de una familia, no encontró la figura amorosa en un entorno acogedor. No. Desde pequeña rodeada de personas, algunas no buenas compañías que estaban con ella por trabajo y a veces por intereses políticos.

El caso es que ahí la tenemos con trece años y la mente en las musarañas presidiendo el Consejo de Ministros. En sus años de reinado firmó innumerables decretos de disolución de cortes y otra multitud de veces provocó, acepto, recomendó o evitó la dimisión de unos cuantos primeros ministros. Y sí, la alcoba también fue protagonista en su etapa, costó muchos traslados y caídas en desgracia.

Su manera de actuar era espontánea, ella misma salía a toda leche por la Puerta del Sol guiando el carruaje, gustaba de asistir a fiestas de todo tipo, a los toros, a los teatros -donde en medio de una obra cambió de gobierno- o la playa, afición que practicaba por prescripción médica y que puso de moda entre la alta sociedad, antes bañarse era de pobres. Hay que apuntar también que nunca antes y quizá nunca después el acceso al Palacio Real fue tan fácil, mucha gente de toda clase y condición circulaba por el inmenso recinto, y claro, los dimes y diretes, habladurías más o menos intencionadas y demás chismacos rulaban por la pequeña Madrid sin parar. Eso y la alegría natural de la guapa y rolliza reina hacían el resto. En una próxima entrega entraremos en profundidad en ese palacio, en el círculo íntimo de Isabel II que más que una camarilla o corte parece un chiste: hablaremos de monjas con estigmas, de su confesor (que amenazaba con largarse cada dos por tres) del matrimonio de conveniencia que la hizo tan infeliz con el Duque de Cadiz (el amanerado, flojo, pequeñito, aburrido, chisgarabís, petardo y culto esposo) de sus amantes y los grandes políticos que la trataron. Por cierto ¿sabía que Fernando VII si que fue padre de un varón? Un hijo bastardo que fundó una familia muy conocida hoy en día.

No queda más remedio que continuar…

-Fígaro.

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