Imaginaos un patio de una escuela de parvulitos, un niño tiene un rico caramelo que despierta un extraordinario interés y deseo en un compañero suyo el cual, para apoderarse de tan preciado tesoro infantil, se enrojece la mejilla con alguna artimaña y sin producirse demasiado dolor y corre hacia la “seño” mientras con un sobreactuado llanto acusa a su camarada de robarle el dulce tras agredirlo y obteniendo así su botín. Pues bien, esto que parece no trascender de una tara de naturaleza extraordinariamente pueril es un perfecto reflejo de cómo perdió España la Joya de la Corona de su imperio colonial, Cuba. Obviamente, nosotros somos ese niño burlado quien en un último e inútil intento de hacer justicia carga contra su compañero teniendo un resultado fatal. Tras ésta primera introducción a modo de resumen de lo que realmente ocurrió trasladémonos a La Habana, 15 de Febrero de 1898. Por las arterias principales de la ciudad colonial pasean innumerables transeúntes entre los que se encuentran: nativos de la isla, burgueses criollos, esclavos negros liberados, ricos estadounidenses, intelectuales, marinos y soldados españoles que disfrutan de una perfecta simbiosis entre los ritmos caribeños procedentes de los locales nocturnos y el ambiente propio de la ciudad. Desde el Faro del Morro, lugar estratégico para la defensa de la ciudad que en su día albergaba a centenares de profesionales del ejército que velaban por la colonia española y en donde ahora se oxidaban solitarias las baterías, el capitán general de Cuba, Ramón Blanco y Erenas, endulzaba su existencia con un rico ron isleño. Es necesario mencionar que éste veterano de las Guerras Carlistas, sustituía al gran héroe nacional Valeriano Weyler Duque de Rubí, Marqués de Tenerife y Grande de España quien supo sofocar de forma brillante las insurrecciones independentistas que azotaron la isla, sus estrategias militares serían utilizadas más tarde en la Guerra de Secesión americana o en la 2ª Guerra Mundial por los nazis, pero su eficiente política represiva fue injustamente sustituida por el general de carácter pacifista Ramón Blanco. Ya resultaba raro que el aberrante gobierno de la época supiera aprovechar éste talento militar. Pues bien, seguimos en el Faro del Morro, mirando a través de un amplio ventanal la Bahía de La Habana en donde entra en estos momentos el acorazado americano Maine. Miles de curiosos se agrupan alrededor del puerto expectantes de las intenciones de esta nave o más bien del gobierno que la envía. Se trata de un barco de segunda clase, no está preparado para entrar en combate en una bahía en la que se encuentra otros navíos de guerra europeos, es una pieza prescindible de la marina americana. Tras un encuentro entre el capitán general de Cuba y el alto mando del Maine, parece que las relaciones diplomáticas son óptimas, no hay peligro de conflicto. Cuando llega la calma de nuevo a la ciudad, a las 21:40, un destello ilumina el cielo del puerto de La Habana, el acorazado Maine acaba de explotar ante el sobrecogimiento de los curiosos. En ese barco podríamos decir que se encontraban cuatro siglos de nuestra historia nacional, de nuestra identidad más que como nación como un imperio y acababa de estallar haciendo desaparecer todo cuanto he mencionado anteriormente.
(Debido a la extensión de éste episodio de la dramática historia de nuestro país, habrá que esperar a la segunda parte para terminarlo)
-J.Tejada Mtez.
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